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domingo, 8 de julio de 2018

Fábula: La escuela de los animales.


Una vez, los animales decidieron que tenían que hacer algo heroico para solucionar los problemas de un«nuevo mundo», de modo que organizaron una escuela.

Adoptaron un currículo de actividades consistente en correr, trepar, nadar y volar. Para facilitar la administración todos los animales cursaban todas las materias.

El pato era excelente en natación, mejor incluso que su instructor, y obtuvo muy buenas notas en vuelo, pero pobres en carrera. Con el objeto de mejorar en este aspecto tenía que quedarse a practicar después de clase, e incluso abandonó la natación. Esto duró hasta que se le lastimaron sus patas de palmípedo y se convirtió en un nadador mediano. Pero el promedio era aceptable en la escuela, de modo que nadie se preocupó, salvo el pato.

El conejo empezó a la cabeza de la clase en carrera; sin embargo, tuvo un colapso nervioso como consecuencia del tiempo que debía dedicar a la práctica de la natación.

La ardilla trepaba muy bien hasta que comenzó a sentirse frustrada en la clase de vuelo, en la que el maestro le hacía partir del suelo en lugar de permitirle bajar desde la copa del árbol. También sufrió muchos calambres como consecuencia del excesivo esfuerzo, y le pusieron apenas un suficiente en trepar y un «insuficiente» en correr.

El águila era una alumna problemática y fue severamente castigada. En la clase de trepar llegaba a la cima del árbol antes que todos los otros, pero insistía en hacerlo a su modo.

Al final del año, una anguila anormal que nadaba muy bien y también corría, trepaba y volaba un poco, tenía el promedio más alto y le correspondió pronunciar el discurso de despedida.

Los perros de la pradera quedaron fuera de la escuela y cuestionaron por qué la administración no incluyó en el currículo las materias de cavar y construir madrigueras. Pusieron a sus cachorros a aprender con el tejón, y más tarde se unieron a marmotas y topos para inaugurar una escuela privada de gran éxito.

R. H. Reeves

martes, 3 de abril de 2012

Los tres lobitos y el cochino

A petición de «Tefa», que le cuente un cuento, me acordé e intentaré relatar «el cuento» (adaptándolo un poco) que una vez escribí cuando estaba —si no me equivoco— en la clase de Lenguaje y Comunicación cuando tenía unos once o doce años.

Eran tres hermanos lobitos que se fueron a vivir en el bosque, en una montaña. El lobito mayor les decía para construir una casa grande de ladrillo, resistente, en la cima de la montaña para así ver desde arriba todo el paisaje y no estar cerca de los peligros de estar cerca del camino por el cual pasan muchos desconocidos.
Camino entre las montañas

Pero sus hermanos no estaban interesados; el menor que era muy vago, dijo que mejor y se construida una casa de paja, que no quería trabajar tanto para construir una casa de ladrillo. Además, no quería ir tan arriba, porque le tocaría subir mucho; así que, mejor se quedaba cerca del camino. 
Casa de paja

El otro lobito prefirió construir una casa de madera no muy resistente a media montaña, dijo que era suficiente, no era necesario tanto trabajo.
Mediagua de madera

Así que el lobito mayor se fue a la cima de la montaña a construir una casa de ladrillo.
Casa de ladrillo

Un día apareció un cerdo, muy malo, que quería asustar a los lobitos, les quería hacer daño. El cerdo se presentó ante la casa del primer lobito que se encontraba en su casita de paja. El cerdo empezó a decir «Sal de tu casa o te la derrumbaré». El lobito tenía miedo, estaba asustado. El cerdo entonces se puso de espaldas a la casa y de pronto se escuchó un gran ruido. El cerdo se tiró un gran pedo que hizo que la casita se viniera abajo.
Cerdo tirándose pedos
Lobo asustado al caerse casa de paja

El lobito rápidamente salió corriendo y se dirigió a la casa del su hermano que vivía en la casita de madera.
—Abreme rápido, que me persigue un cochino.—dijo el lobito.

Rápidamente le abrió la puerta su hermano y le dejó entrar. Ahora estaban los dos encerrados en su casa temblando del miedo, mirando por la mirilla de la puerta.
—El cerdo se acerca. —dijeron los lobitos asustados.
Ojos abiertos a través de la mirilla de la puerta

Y entonces el cerdo dijo con una voz fuerte y rechinando.
—Salir de la casa, que les voy a dar de collejas.
—No saldremos. —respondieron los lobitos.
—Salgan o les tumbo la casa. —amenazó el cerdo.

Entonces el cerdo se puso de espaldas a la casa y se tiró un pedo. ¡La casa tembló!, pero no la derribó. Los lobitos estaban preocupados por el remezón que tubo la casa. El cerdo volvió a tirarse otro pedo, pero más fuerte. Tan fuerte que lo escuchó el lobito que vivía más arriba en la montaña. Éste se asustó —el lobito que vivía más arriba— viendo a sus hermanos en dificultades. Y les gritaba por la ventana: «suban, ¡rápido!».

Así que, los lobitos que estaban en la casa de madera, se fueron por la parte de atrás de la casa corriendo hacía la casa de su hermano. Mientras el cerdo estaba tirándose otro pedo, con el que finalmente derribó la casita de madera. Pero los lobitos ya estaban llegando a la casa de su hermano, cuando el cerdo se dio cuenta de que se le habían escapado; muy furioso se dirigió hacia la casa del otro lobito. «Los atraparé.—dijo—»

—Entren rápido.—dijo el lobito a sus hermanos que acabaron de llegar.
—Esta casa no podrá derribarla el cochino.—añadió.

El cerdo llegó a la casa de ladrillo y gritaba: «¡Salgan de ahí!» y empezó a tirarse pedos, uno tras otro repetidamente. Pero no podía derribar la casa, era muy resistente ante sus pedos. Entonces el cerdo vio la chimenea de la casa y pensó: «Por la chimenea podré entrar». Se subió al techo de la casa e intentó entrar por la chimenea.

Los lobitos se dieron cuenta y se asustaron. Pero como el cerdo era tan gordo se quedó atascado en la chimenea. Así que el lobito mayor encendió la chimenea y en la noche cenaron cochinillo.

=D
Chimenea encendida con las patas colgando del cerdo atascado