Supongamos que tienes un negocio, tus administradores que sin excepción te prometieron iban hacer un buen trabajo con tu negocio, te han endeudado (ellos con buenos sueldos), se ha vuelto a contraer deudas para pagar la primera y a su vez otras deudas para pagar las segundas y así deuda tras deuda y se ha entrado en un gran problema que no te deja dormir, deudas con varios bancos, chulqueros… Lo que produces es para pagar deuda y no vives bien, estas a punto de perder tus propiedades, administrador tras administrador no te solucionan los problemas. ¡Qué hacer? ¡Huir, suicidio?
Llega un nuevo administrador quien te soluciona el problema de las deudas, y no solo eso sino que además ha cambiado tu negocio, nuevo reglamento interno, mejorado infraestructura, seguridad, formación a los empleados y mejora de su bienestar, tecnificado, ha logrado darle fluidez, contrata incluso a expertos extranjeros, te visitan del extranjero pidiéndote asesoramiento; sí, a ti que estabas al borde del ahorcamiento.
Tus antiguos administradores te aconsejan que lo despidas, que tan solo ha tenido suerte, algunos incluso te dicen que hace mal las cosas, ellos te prometen que pueden hacer mucho más. Esos administradores amigos de los chulqueros te dicen que el modelo de negocio es malo y te ofrecen un nuevo y mejorado negocio, el administrador que tienes oprime a los trabajadores, les exige mucho (puntualidad, honestidad, organización, limpieza, honradez, etc.), no son libres y te muestra las quejas que tienen algunos.
¿Qué haces?
Carta enviada a la sección de Opinión del diario El Telégrafo, publicada en su edición impresa del 13 de diciembre de 2012.
Carta enviada a la sección de Opinión del diario El Telégrafo, publicada en su edición impresa del 13 de diciembre de 2012.
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